Prepara sus tierras abuelito de Topiltepec Zitlala
A sus 72 años, Don Plutarco Zapote Castro continúa sembrando
Eduardo Yener Santos/ Chilapa de Álvarez
“Entre marzo y abril es tiempo para limpiar, ablandar y desinfestar la tierra, así la preparamos para sembrar maíz, frijol y calabaza”, expresó de Don Plutarco Zapote Castro, campesino indígena de la comunidad de Topiltepec, Zitlala, que a sus 72 años de edad no cesa del trabajo agrícola y en esta temporada ha iniciado con los primeros trabajos para cosechar maíz a finales del año.
El escenario actual del campo guerrerense es de crisis, para la gente del medio rural no existen alternativas de donde obtener sus alimentos, por ello recurren a la agricultura familiar y de sustentabilidad comunitaria.
Como parte de este proceso, en días pasados, en el corazón de escenarios de peleas de tigres, ritualidad ancestral vinculada con la petición de lluvias, Don Plutarco Zapote llevó a cabo el primer acercamiento con su tierra de cultivo.
Las tierras que pertenecieron a su abuelo, luego a su padre y ahora a Don Plutarco, adulto mayor, mira a su alrededor y cuenta que solo le pertenecen dos hectáreas y media, el resto fue repartido entre sus hermanos y otras fueron cedidas a los bienes comunales de la comunidad.
El día miércoles 24 de abril alrededor de las 8:00 horas, Don Plutarco salió de su casa ubicada en la comunidad de Topiltepec, montado en su burra, emprendió el camino rumbo a su tierra de cultivo que se encuentra a la altura de la comunidad Viramontes, en dicho lugar ya lo esperaba el operador del tractor que desde las seis de la mañana había empezado a barbechar.
Amable, alegre y de buen humor para platicar, Don Plutarco observa el trabajo que ha hecho el tractor, de pronto alza su brazo derecho, en su mano cuelga un morral. Es una señal que después de recorrer más de un kilómetro y medio, Don Plutarco llevó el almuerzo al operador del tractor.
Entre el descanso que se tomó el operador, Don Plutarco aprovecha para platicar que desde hace siete años barbechar su tierra es el primer trabajo que hace antes de iniciar a sembrar, explica que entre marzo y abril es buen tiempo para limpiar y ablandar las tierras. Después de dicha labor esperará las primeras lluvias, para después meter la yunta con arado, marcar los surcos y así iniciar a sembrar semilla de maíz, frijol y calabaza.
Don Plutarco afirma que desde niño ayudó a su difunto padre en la siembra de maíz, recuerda que su abuelo también sembró en las mismas tierras que hora cultiva. Sumando los años de su abuelo, de su padre y de él, la tierra de Don Plutarco, superan más de 100 años en rendir frutos.
La vestimenta de Don Plutarco es sencilla; huaraches de correa, pantalón de mezclilla desteñido, un suéter de manga larga, un sombrero y en su mano izquierda un cáchualo. En esta temporada de siembra y cosecha, solo uno de sus hijos de 20 años le ayudará, así como un peón que alquilará, sus demás hijos han dejado el país por emigrar a Estados Unidos de América.
En tono dicharachero expresa: “les digo que no dejen las tierras, aquí también hay dinero, pero no entienden, cuando yo me muera ya les dije que no dejen este trabajo, que continúen sembrando, pero sepa Dios qué harán, sino lo hacen que vendan las tierras”.
El escenario actual del campo guerrerense es de crisis, para la gente del medio rural no existen alternativas de donde obtener sus alimentos, por ello recurren a la agricultura familiar y de sustentabilidad comunitaria.
Como parte de este proceso, en días pasados, en el corazón de escenarios de peleas de tigres, ritualidad ancestral vinculada con la petición de lluvias, Don Plutarco Zapote llevó a cabo el primer acercamiento con su tierra de cultivo.
Las tierras que pertenecieron a su abuelo, luego a su padre y ahora a Don Plutarco, adulto mayor, mira a su alrededor y cuenta que solo le pertenecen dos hectáreas y media, el resto fue repartido entre sus hermanos y otras fueron cedidas a los bienes comunales de la comunidad.
El día miércoles 24 de abril alrededor de las 8:00 horas, Don Plutarco salió de su casa ubicada en la comunidad de Topiltepec, montado en su burra, emprendió el camino rumbo a su tierra de cultivo que se encuentra a la altura de la comunidad Viramontes, en dicho lugar ya lo esperaba el operador del tractor que desde las seis de la mañana había empezado a barbechar.
Amable, alegre y de buen humor para platicar, Don Plutarco observa el trabajo que ha hecho el tractor, de pronto alza su brazo derecho, en su mano cuelga un morral. Es una señal que después de recorrer más de un kilómetro y medio, Don Plutarco llevó el almuerzo al operador del tractor.
Entre el descanso que se tomó el operador, Don Plutarco aprovecha para platicar que desde hace siete años barbechar su tierra es el primer trabajo que hace antes de iniciar a sembrar, explica que entre marzo y abril es buen tiempo para limpiar y ablandar las tierras. Después de dicha labor esperará las primeras lluvias, para después meter la yunta con arado, marcar los surcos y así iniciar a sembrar semilla de maíz, frijol y calabaza.
Don Plutarco afirma que desde niño ayudó a su difunto padre en la siembra de maíz, recuerda que su abuelo también sembró en las mismas tierras que hora cultiva. Sumando los años de su abuelo, de su padre y de él, la tierra de Don Plutarco, superan más de 100 años en rendir frutos.
La vestimenta de Don Plutarco es sencilla; huaraches de correa, pantalón de mezclilla desteñido, un suéter de manga larga, un sombrero y en su mano izquierda un cáchualo. En esta temporada de siembra y cosecha, solo uno de sus hijos de 20 años le ayudará, así como un peón que alquilará, sus demás hijos han dejado el país por emigrar a Estados Unidos de América.
En tono dicharachero expresa: “les digo que no dejen las tierras, aquí también hay dinero, pero no entienden, cuando yo me muera ya les dije que no dejen este trabajo, que continúen sembrando, pero sepa Dios qué harán, sino lo hacen que vendan las tierras”.
En las hectáreas de tierra que dispone, sembrara cinco almudes de maíz y espera obtener poco más o igual que la temporada pasada que fueron 20 cargas de maíz, que de ahí mismo selecciona la semilla. Años atrás, el Grupo de Estudios Ambientalistas (GEA) le aseguraron a don Plutarco que después de unos estudios en laboratorio, su maíz presenta un legado de 900 años.
“Llevaron mi maíz para hacerle pruebas y ver si no estaba contaminado y resultó que fueron 900 años que tiene de vida, de maíz criollo, y sigue, por esa causa no lo queremos perder, lo hemos seguido en generación en generación”.
Opina que la semilla mejorada también llamado maíz transgénico ha llegado a algunas tierras de otros campesinos de su región, a los cuales ha insistido no utilizarlo y seguir conservando el maíz criollo. Don Plutarco cada año selecciona y guarda el maíz que servirá de semilla.
“Hay maíz colorado, negro, amarillo y blanco. Este año solo sembrare blanco, porque de la pasada temporada no conserve maíz de otros colores, pero voy a ver con otros campesinos si puedo recolectar maíz de otros colores”.
Para enriquecer la tierra y hacerla más productiva, es necesario la aportación de abono, en este punto, Don Plutarco indica que nada mejor que el abono orgánico, él junto con otros campesinos de su comunidad se organizaban para preparar la mezcla de hiervas, estiércol de animales, cascaras y de frutas para después ocuparlo en su siembra.
“Muchos compañeros no quieren abono orgánico, mejor queman las hiervas de sus tierras y le echan fertilizante, eso no sirve, a la tierra hay que cuidarla porque ella nos da de comer”.
Ante la ausencia de ayudantes, Don Plutarco no prepara abono orgánico, en un tono quedito afirma que este año utilizará fertilizante. “esta vez voy a utilizar fertilizante, ese químico que todos ocupan por acá”.
Partiendo desde un punto de vista económico, el trabajo campesino necesita destinar recursos económicos al contado, otros en forma tributario con bienes de la cosecha. En este caso, Don Plutarco aun dijo desconocer cuándo pagara al tractor que barbechó su tierra, recordó que hace un año pago 2 mil pesos.
En el caso del tributo con bienes, Don Plutarco contratará peones que algunos les pagará el día, mismos que obsequiará elotes o maíz para sus familias, otros no pedirán efectivo pero sí maíz para comer durante la temporada de secas.
Dependiendo de las lluvias, Don Plutarco iniciará a sembrar a mediados del mes de junio. Indica que por ahora aún conserva una parte de su cosecha del año pasado, de la cual alimenta a su familia, otra parte de su cultivo tuvo que venderla para así dice “con unas carguitas de maíz hay que sacar unos pesitos”.
Como Don Plutarco, existen decenas de señores mayores de 60 años que aún se dedican al trabajo campesino, y que a pesar de los años se niegan a dejar de sembrar, cada año por estas fechas comienzan arrear a sus animales, a preparar sus tierras, a comprar algunos artículos para la yunta, a rentar bueyes, intercambiar semillas, experiencias y todo con un solo objetivo, obtener maíz para subsistir.
“La tierra la cuidamos, ella nos da de comer, es un trabajo duro pero después si quieres trabajar, trabajas, sino por comer no te preocupas porque aunque sea tortillas y frijoles tienes para vivir”, puntualizó.
“Llevaron mi maíz para hacerle pruebas y ver si no estaba contaminado y resultó que fueron 900 años que tiene de vida, de maíz criollo, y sigue, por esa causa no lo queremos perder, lo hemos seguido en generación en generación”.
Opina que la semilla mejorada también llamado maíz transgénico ha llegado a algunas tierras de otros campesinos de su región, a los cuales ha insistido no utilizarlo y seguir conservando el maíz criollo. Don Plutarco cada año selecciona y guarda el maíz que servirá de semilla.
“Hay maíz colorado, negro, amarillo y blanco. Este año solo sembrare blanco, porque de la pasada temporada no conserve maíz de otros colores, pero voy a ver con otros campesinos si puedo recolectar maíz de otros colores”.
Para enriquecer la tierra y hacerla más productiva, es necesario la aportación de abono, en este punto, Don Plutarco indica que nada mejor que el abono orgánico, él junto con otros campesinos de su comunidad se organizaban para preparar la mezcla de hiervas, estiércol de animales, cascaras y de frutas para después ocuparlo en su siembra.
“Muchos compañeros no quieren abono orgánico, mejor queman las hiervas de sus tierras y le echan fertilizante, eso no sirve, a la tierra hay que cuidarla porque ella nos da de comer”.
Ante la ausencia de ayudantes, Don Plutarco no prepara abono orgánico, en un tono quedito afirma que este año utilizará fertilizante. “esta vez voy a utilizar fertilizante, ese químico que todos ocupan por acá”.
Partiendo desde un punto de vista económico, el trabajo campesino necesita destinar recursos económicos al contado, otros en forma tributario con bienes de la cosecha. En este caso, Don Plutarco aun dijo desconocer cuándo pagara al tractor que barbechó su tierra, recordó que hace un año pago 2 mil pesos.
En el caso del tributo con bienes, Don Plutarco contratará peones que algunos les pagará el día, mismos que obsequiará elotes o maíz para sus familias, otros no pedirán efectivo pero sí maíz para comer durante la temporada de secas.
Dependiendo de las lluvias, Don Plutarco iniciará a sembrar a mediados del mes de junio. Indica que por ahora aún conserva una parte de su cosecha del año pasado, de la cual alimenta a su familia, otra parte de su cultivo tuvo que venderla para así dice “con unas carguitas de maíz hay que sacar unos pesitos”.
Como Don Plutarco, existen decenas de señores mayores de 60 años que aún se dedican al trabajo campesino, y que a pesar de los años se niegan a dejar de sembrar, cada año por estas fechas comienzan arrear a sus animales, a preparar sus tierras, a comprar algunos artículos para la yunta, a rentar bueyes, intercambiar semillas, experiencias y todo con un solo objetivo, obtener maíz para subsistir.
“La tierra la cuidamos, ella nos da de comer, es un trabajo duro pero después si quieres trabajar, trabajas, sino por comer no te preocupas porque aunque sea tortillas y frijoles tienes para vivir”, puntualizó.
Plutarco Zapote Castro, campesino indígena de la comunidad de Topiltepec, Zitlala, observa el barbecho que realiza el tractor en sus tierras de cultivo; a sus 72 años de edad, se niega a abandonar el trabajo agrícola (Foto: Eduardo Yener Santos)