martes, 6 de noviembre de 2012

Dia de Muertos en Cuanacaxtitlán

A 12 kilómetros de San Luis Acatlán, las tradiciones se conservan a pesar de la migración

Cuando llegan los muertos a Cuanacaxtitlán

KAU SIRENIO
El olor a copal, a flores y a chicha se mezcla en las celebraciones de los Días de Muertos y Fieles Difuntos en el panteón comunitario de Cuanacaxtitlán. A 12 kilómetros al oriente de San Luis Acatlán se vive en una religiosidad más allá de la vida; aquí las tradiciones se conservan ante el fenómeno de la migración.
Colocar el altar de muertos no es tarea fácil, pues hay que conocer los gustos y sabores de los difuntos, la mezcla de una jícara de chicha, aguardiente y un pan de muerto, acompañados por una taza de café y de un buen mole de guajolote.
El cempasúchil, la pastora y la hoja de sanguino, acompañados de varas, son las imágenes que recorren en las calles de Cuanacaxtitlán que llegan hasta el panteón. En la plaza del pueblo, un puesto improvisado, a donde llegan las mujeres a comprar frutas y flores para sus ofrendas.
Aquí, donde se mezclan los ñuu savi (mixtecos) con los náhuatl y mestizos, donde nació la Policía Comunitaria, hay de todo, hasta conversaciones callejeras de los vecinos que hablan de su ofrenda. “Para que los muertos no regresen con las manos vacías, hay que ponerles lo que hay de comida. Mi esposo fue por los armadillos, y es lo que vamos a ofrendar”, comparte una mujer con su vecina en la calle.
La plaza es pequeña: hay dos puestos, uno de frutas y otro de flores; apenas se puede comprar lo necesario para los altares. Eso sí, los precios de las frutas son elevados: un kilo de manzana cuesta 50 pesos, un kilo de uva, 40 pesos. Con 10 pesos se puede adquirir un manojo de cempasúchil quizá porque son los campesinos quienes han llegado con flores directamente del campo.
Ese olor a barbacoa alborota a los perros, que están atentos a cualquier huesito que se desprende de esa carne de res que algunos músicos comen. Es carne cocida en hoyo, a metro y medio de profundidad de la tierra. En un plato se pone suficiente, y un huesito. Es parte de la ofrenda en la casa del mayordomo Silvestre de la Cruz. Los músicos comieron también barbacoa.
Para alumbrar el camino de los muertos que vienen del inframundo, los ñuu savi utilizan velas, veladoras, incienso y copal. Los precios altos por la temporada se ven en estos productos que son utilizados en el altar, como en las sepulturas que previamente se han limpiado y que tienen vida nuevamente.
Esto es Cuanacaxtitlán y su panteón, ésta es la vida del campo, del indígena, del soñador viviente que se acerca hasta lo más profundo del alma para recordar a aquellos a quienes algún día tendrá cerca.
Niños corren con ramos de cempasúchil y una vela en las manos; hombres, a paso lento, cargan una escoba. Es la escena común en el panteón comunitario de Cuana. Este lugar, durante casi todo el año se queda en silencio, salvo en aquellas ocasiones cuando la gente viene a sepultar a un familiar o a un amigo.
Sin embargo, este viernes es diferente: se oye a los niños correr, jugar y gritar, y en algunos casos hasta llorar por el regaño de alguno de sus padres. Hay familias reunidas que conversan, pero cuando termina la misa que los sacerdotes Pimes (Pontificio Instituto Misiones Exteriores) ofician en el panteón, todas se retiran.
“Mami, aquí está nuestra abuela”, dice una señorita mientras camina y se reúne con su familia, que llegó momentos antes.
Así se mantienen vivas las tradiciones en Cuanacaxtitlán, pues las personas no olvidan a quienes las precedieron, aunque sólo durante unas cuantas horas, tras adornar las tumbas, donde pasarán el resto de la tarde, hasta que la vela termine de consumirse.
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Consulta en:
http://www.lajornadaguerrero.com.mx/2012/11/06/index.php?section=sociedad&article=008n1soc